Recuerdo con mucho cariño aquel viaje de fin de curso, un viaje que al margen del compañerismo, las risas, las gamberradas y las juergas tenía un tono melancólico oscuro, pues todos, algunos más, algunos menos, andábamos con la tristeza en los ojos, la tristeza de no poder alcanzar lo que inocentes de nosotros deseábamos a esa desastrosa edad de 17 años (para algunos unos pocos más, alex viejuno... xD) Con el viaje compartimos más que un viaje, yo sin duda me quedo con aquellos silencios compartidos, con sentimientos comunes, con las miradas perdidas.
Estoy seguro que ahora el viaje sería mucho más despreocupado de todo, la edad enseña y enseña bien, pero no lo cambiaría ni un ápice, porque cuando reíamos lo hacíamos de verdad, ese viaje nos hizo demostrarnos más que nunca que somos amigos, y lo seremos "hasta que el mundo se acabe". Recuerdo a uno de nosotros en la entrada de aquella cutrediscoteca sentado, con el alma en los pies, pensando que la vida le castigaba, que estaba perdiendo lo que le podía hacer feliz el resto de su vida, irónicamente creo que ahora no puede ser más feliz (bueno, si no tiene una cerveza en la mano ahora mismo sí que puede ser más feliz) Recuerdo también a otro que necesitaba el silencio más absoluto del mundo, el que anhelaba un momento de soledad para sí mismo, para ser él mismo en aquel momento, infeliz y desenfocado. Tampoco creo que pueda ser más feliz ahora mismo, otra historia como tantas de aquella semana. Recuerdo un ventilador girando, una charla por la noche en los jardines del hotel, unas miradas cruzadas, unos sentimientos reprimidos, unas decepciones...
Reíamos, bebíamos, disfrutábamos, pero todos guardábamos algo que nos pesaba y nos acompañaba mientras jugábamos a las cartas en las habitaciones, echábamos pasta de dientes en lugares insospechados, nos poníamos perdidos de espuma de afeitar, emborrachábamos a los profesores... un viaje sin duda irrepetible.
Estoy seguro que ahora el viaje sería mucho más despreocupado de todo, la edad enseña y enseña bien, pero no lo cambiaría ni un ápice, porque cuando reíamos lo hacíamos de verdad, ese viaje nos hizo demostrarnos más que nunca que somos amigos, y lo seremos "hasta que el mundo se acabe". Recuerdo a uno de nosotros en la entrada de aquella cutrediscoteca sentado, con el alma en los pies, pensando que la vida le castigaba, que estaba perdiendo lo que le podía hacer feliz el resto de su vida, irónicamente creo que ahora no puede ser más feliz (bueno, si no tiene una cerveza en la mano ahora mismo sí que puede ser más feliz) Recuerdo también a otro que necesitaba el silencio más absoluto del mundo, el que anhelaba un momento de soledad para sí mismo, para ser él mismo en aquel momento, infeliz y desenfocado. Tampoco creo que pueda ser más feliz ahora mismo, otra historia como tantas de aquella semana. Recuerdo un ventilador girando, una charla por la noche en los jardines del hotel, unas miradas cruzadas, unos sentimientos reprimidos, unas decepciones...
Reíamos, bebíamos, disfrutábamos, pero todos guardábamos algo que nos pesaba y nos acompañaba mientras jugábamos a las cartas en las habitaciones, echábamos pasta de dientes en lugares insospechados, nos poníamos perdidos de espuma de afeitar, emborrachábamos a los profesores... un viaje sin duda irrepetible.
2 comentarios:
legen
.
.
.
.
.
dario
yo cual soy???es que estoy algo espeso....
Publicar un comentario