Armados con botes de espuma de afeitar, una borrachera antológica y muchas ganas de divertirnos, invadimos otro balcón más. Habíamos pasado media noche llamando de puerta en puerta, colándonos en las habitaciones por los balcones, despertando a bombo y platillo a los compañeros de clase, pringando de espuma de afeitar a los profesores y padres que tuvieron el valor de acompañarnos en nuestro viaje de fin de curso a Mallorca. Y el grupo de 8-10 energúmenos con ganas de cachondeo, a las tantas de la madrugada, invadimos el enésimo balcón.
Las cuatro chicas que estaban dentro de la habitación fueron más rápidas que nosotros y consiguieron cerrar a cal y canto la cristalera antes de que consiguiéramos entrar. Y nosotros, como si fuésemos una manada de zombies arañábamos los cristales con las manos y caras llenas de espuma de afeitar, escribíamos mensajes en los cristales con la misma espuma ante la risa de ellas, que se veían a salvo detrás de aquel cristal pringado por nuestros dedazos.
Yo enfrascado en mi tarea de dejar un mensaje al revés en el cristal, para que fuese legible desde dentro, de pronto escucho una voz grave detrás mía que me pregunta: "¡Eh, tú! ¿Qué haces?". Me giro y de pronto me encuentro totalmente solo, delante de un guardia de seguridad que me mira con cara de pocos amigos. La sangre se me paró. Me quedé blanco. Estaba tan ensimismado en escribir el mensaje que no me di cuenta de que los demás habían huido del guardia de seguridad y yo me quedé allí solo, comiéndome el marrón. Pensé por un momento en la imagen que estaba dando: un chaval de 17 años, que intenta entrar en una habitación ajena a través del balcón, con una barba blanca hecha con espuma de afeitar y una toalla al hombro. Y no se me ocurrió otra cosa mejor que contestar: "¡Pues nada! ¡Qué soy Papá Noël y estoy intentando entrar para dejarles unos regalos! Pero no me quieren abrir."
El segurata al que no le queda más remedio que reírse, se asoma al balcón de al lado y pregunta: "Y vosotros, ¿Qué hacéis?". Me asomo yo también al balcón de al lado, sin saber quién había allí, y encuentro a Lolo y Monty, a oscuras, sentados a ambos lados de una mesa vacía, con las caras aún llenas de churretes de espuma de afeitar y haciendo gestos con las manos simulando que tiraban algo encima de la mesa para después volverlo a recoger. - "¡Pues jugando a las cartas!" - contestan.
El de seguridad, que un día fue joven y alocado como nosotros, nos despachó con un simple: "¡Venga anda! Limpiad eso y volved a vuestras habitaciones".
Cuando empezamos a limpiar el estropicio con las toallas que llevábamos al hombro, las chicas de la habitación, amablemente abrieron y salieron a ayudarnos. Entre 7 personas acabamos la tarea bastante rápido. Así que cuando terminamos de limpiar, pasamos un momento a la habitación donde, después de darles las gracias por la ayuda y pedir perdón por las molestias, estuvimos charlando un rato con ellas, escuchando música y riéndonos de lo absurdo de la situación.
Así fue aquel viaje. Absurdo. Alocado. Inolvidable.
Las cuatro chicas que estaban dentro de la habitación fueron más rápidas que nosotros y consiguieron cerrar a cal y canto la cristalera antes de que consiguiéramos entrar. Y nosotros, como si fuésemos una manada de zombies arañábamos los cristales con las manos y caras llenas de espuma de afeitar, escribíamos mensajes en los cristales con la misma espuma ante la risa de ellas, que se veían a salvo detrás de aquel cristal pringado por nuestros dedazos.
Yo enfrascado en mi tarea de dejar un mensaje al revés en el cristal, para que fuese legible desde dentro, de pronto escucho una voz grave detrás mía que me pregunta: "¡Eh, tú! ¿Qué haces?". Me giro y de pronto me encuentro totalmente solo, delante de un guardia de seguridad que me mira con cara de pocos amigos. La sangre se me paró. Me quedé blanco. Estaba tan ensimismado en escribir el mensaje que no me di cuenta de que los demás habían huido del guardia de seguridad y yo me quedé allí solo, comiéndome el marrón. Pensé por un momento en la imagen que estaba dando: un chaval de 17 años, que intenta entrar en una habitación ajena a través del balcón, con una barba blanca hecha con espuma de afeitar y una toalla al hombro. Y no se me ocurrió otra cosa mejor que contestar: "¡Pues nada! ¡Qué soy Papá Noël y estoy intentando entrar para dejarles unos regalos! Pero no me quieren abrir."
El segurata al que no le queda más remedio que reírse, se asoma al balcón de al lado y pregunta: "Y vosotros, ¿Qué hacéis?". Me asomo yo también al balcón de al lado, sin saber quién había allí, y encuentro a Lolo y Monty, a oscuras, sentados a ambos lados de una mesa vacía, con las caras aún llenas de churretes de espuma de afeitar y haciendo gestos con las manos simulando que tiraban algo encima de la mesa para después volverlo a recoger. - "¡Pues jugando a las cartas!" - contestan.
El de seguridad, que un día fue joven y alocado como nosotros, nos despachó con un simple: "¡Venga anda! Limpiad eso y volved a vuestras habitaciones".
Cuando empezamos a limpiar el estropicio con las toallas que llevábamos al hombro, las chicas de la habitación, amablemente abrieron y salieron a ayudarnos. Entre 7 personas acabamos la tarea bastante rápido. Así que cuando terminamos de limpiar, pasamos un momento a la habitación donde, después de darles las gracias por la ayuda y pedir perdón por las molestias, estuvimos charlando un rato con ellas, escuchando música y riéndonos de lo absurdo de la situación.
Así fue aquel viaje. Absurdo. Alocado. Inolvidable.
1 comentarios:
jajajaja,si señor,entrada de blog al estilo juanillo!
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